Tenía poco tiempo de pasar del medio día cuando se escuchó un camión pesado, llamaron a la puerta y sabía que el destino estaba decidido y no había vuelta atrás.
No tuve el valor de salir para aceptar la decisión que días antes me costó pronunciar una afirmación. Poner una firma en algún papel me haría sentir más culpa y que traicione la palabra de mi padre.
Por suerte, mi hermano estaba en casa para hacer ese trámite. A veces pienso que soy demasiado dramática para cosas "materiales" pero, para calmarme un poco me digo que es porque les doy un poco de mi corazón.
Y, ¿cómo no hacerlo si ella nos llevó de paseo infinidad de veces, muchos kilómetros lejos de casa sólo para ir de visita a mi abuelita, con lágrimas en los ojos a su funeral y a despedirnos de ella, casi definitivamente después de los nueve días que mi mamá dice que el alma está presente en los rezos? Por mencionar algunos ejemplos.
Me ayudó a hacer la vida un poco más fácil para llevar a mis hijos a la escuela, que si bien no estaba lejos, siempre se nos hacía tarde por cualquier detalle.
Mi hija siempre ha tenido más apego a mí, sospecho que provocaba esos minutos de retraso para quedarse en casa conmigo.
El más pequeño se deja influenciar por ella y puede que los dos sean cómplices de eso, debo confesar que un poco yo también.
Era raro el día que podía quedarme con ellos y en realidad, no quería dejarlos en la escuela. A nadie le hace daño faltar un día, ¿no?
Toda la semana desde que llegó el anuncio me pasaron mil memorias y recuerdos que tengo con una "simple" camioneta.
El sonido de las gruesas cadenas, me despertaron de los recuerdos y me regresaron al presente para hacerme entender que mi mamá está ahora con mi padre y mi abuela.
Que mis hijos ya están grandes y que ahí estacionada sólo me hace entender que la vida ya avanzó. Seguí adelante con la vida, pero sin mi camioneta.
Las lágrimas no se hacen esperar y el arrastre hace un sonido muy feo que opaca al de mi propio corazón roto.
Mi hija me abraza para hacerme entender que todo está bien, trata de calmar el sentimiento y la pregunta de si estoy haciendo lo contrario porque no para de repetir que es lo mejor para todos.
Sé que a ella también le duele, pero se hace la fuerte por mi. Minutos antes la vi secarse los ojos con el mismo sonido que me termino rompiendo el corazón.
No debería llorar por algo así, pero siempre estuvo ahí para poner los vasos y la jarra del agua o refresco cuando salíamos a jugar béisbol con todos mis hermanos y sobrinos juntos para navidad, año nuevo o el cumpleaños de mi mamá, que eran los eventos que lograban reunir a todos en la casa.
Para ofrecer asiento en los días calurosos cuando los niños aprendían a andar en bici o esperaba a que mi hermoso Rommel salía a estirar las patas.
Soy sentimental con las cosas que no debería porque es mi manera de hacer entender a los demás lo mucho que me importan, porque me atan a esos recuerdos, al pasado y que, de algún modo, me asuste el futuro incierto. Como a todos.
Cuando por fin se la llevaron y todo el ruido se ha ido, yo lo sigo oyendo como parte de la negación. Y ahora, no tengo el valor de poner un pie fuera de la casa porque habrá un hueco que es posible haga más grande el del corazón.
Lo rellenaré con los recuerdos bonitos, pero eso no le quita lo doloroso aún. Mi hermano mayor me estaría regañando por ser tan paisa y tener los ojos rojos.
Pero la nostalgia siempre me gana...