Había una vez un águila que volaba libre por los aires, nada la detenía, no sabía de nada más que en su libertad de sobrevolar en paz los hermosos cielos del albor al crepúsculo. Un día de tantos, el águila se encontraba volando tranquilamente, cuando al bajar a Tierra para descansar un poco sus alas, se topó con un ser maravilloso en toda la extensión de la palabra, aquel ser maravilloso era una mariposa que plácidamente, también descansaba de su vuelo, en los pétalos de una flor de lavanda que crecía cerca de la rama donde el águila se había posado serenamente. Tal vez uno piense que como sería de esperarse, el águila iba a atender a su instinto natural y se comería a la mariposa, sin embargo, ésta ni siquiera la tocó, no, ésta sólo se limitó a verla, verla para apreciar los hermosos colores que tenía en sus alas aquel ser.
El águila siempre había encontrado paz en el aire, sin embargo, al contemplar con paciencia y calma aquella amalgama de colores, el ave también encontró ahí una paz, pero no una paz semejante a la de volar, sino una paz dulce, mucho más serena y sin tener que hacer el esfuerzo que implica el elevarse por los aires… ¡Cuánta belleza vio en aquellos colores, aquellas formas de espirales, esas tonalidades de morados y ligeros brochazos de azul que eran los que nuestra rapaz ave encontró bellos e incapaz de hacerles daño con su desagradable pico! Con serenidad, el águila contempló aquella mariposa hasta que ésta, de pronto se dio cuenta de la otra presencia. Rápidamente la asustada mariposa prendió vuelo, sin embargo, ella sabía que no tendría oportunidad ante ave semejante, así pues, decidió prepararse para la muerte. Sin embargo, cuando ésta creyó que su ser ya había pasado por el pico del ave, para su sorpresa, vio que seguía viva, y que no tenía ni un ala rota. Por un instante creyó que aquella ave ya se había ido, no obstante, cuando se dio media vuelta para regresar a sus flores de lavanda se percató de que el otro animal ahí seguía, silencioso, sereno, pero muy atento a ella. Temerosa y segura de que era una trampa, la mariposa se dispuso a marcharse de ahí antes de que el ave reaccionara, así que prendió vuelo y cuando estuvo a una distancia más o menos segura, vio que el águila seguía sin perseguirla. Extrañada, se fue acercando lentamente al ave, era curioso que un ser así no la matara, siendo que era su naturaleza. Con sigilo y temor la bella mariposa se siguió acercando, poco a poco, dubitativa a que la fueran a traicionar.
Por su parte, el águila, serena, pero imponente, veía a ese diminuto, pero hermoso ser, que cada vez que desplegaba sus alas, sentía una sensación de paz en su interior. Era definitivo, aquella ave había sido prendida por la belleza de la mariposa, sin embargo, él, aunque quería conocerla, sabía que eso era imposible, ella jamás se acercaría, es más, ella debía de haberse ido de allí, temerosa a que la fueran a matar. Pobre animal, apenas había conocido un sentimiento más profundo que la libertad de volar, cuando éste se alejaba por obvio temor hacia él.
De repente, algo que iluminó su vista cambió, a lo lejos veía a la mariposa volar con temerosa lentitud hacia donde se encontraba ¡Qué imagen tan reconfortante volver a ver aquella colorida delicadeza convertida en ternura y amor! ¡Cómo quería acercarse a la mariposa, conocerla, saber más de ella, convivir con ella y por qué no… volar juntos libremente! De pronto, la mariposa estuvo a tan sólo unos metros del ave, con temor a una traición, ésta vio las alas cargadas de plumas, el amenazante pico y sus aterradoras garras, sin embargo, cuando se topó con sus ojos, estos no mostraban más que admiración y cariño, “probablemente a ella”, pensó con ironía la mariposa.
Largo rato se quedaron viendo ambos seres, nadie se atrevía a hacer algo hasta que por fin, el águila había emitido su más delicado chillido con tal de saludar a la mariposa. Ésta, a su vez revoloteó frente a los ojos del ave, se posó sobre su pico y extendió sus alas como respuesta al saludo. Ambos siguieron comunicándose a su modo, una con aleteos y ligeros movimientos de antenas y el otro con delicados chillidos. No se podría saber qué pensaba la mariposa, pero en cuanto al águila, ésta se sentía querida por alguien "no más soledad, no más volar sin compañía alguna", pensaba el águila, por fin había encontrado una interesante y agradable compañera que aunque difería en muchos aspectos, era alguien encantadora, delicada, hermosa y que tan siquiera podría compartir un gusto, el gusto de volar.
Animados por esa extraña confianza que se habían adquirido. Volaron por horas, volaron y se perdieron en la inmensidad del planeta, dando giros, vueltas y piruetas, sumándose al fabuloso Cielo del día y más tarde del anochecer, virando entre nubes y estrellas, tocando casi la Luna. Aquellos dos seres compartieron unos hermosos momentos juntos, nada los detenía de vivir así, sólo la especie, una era un águila y la otra era una mariposa, pero qué importaba, en ese momento eran felices y si podían estar así, qué más daba lo que la naturaleza dijera. De pronto, cuando ambos se encontraban jugando entre unos árboles, la mariposa se detuvo de seco, revoloteó en torno al águila y como si de pronto hubiera recordado su naturaleza y la de su compañera, temerosa se alejó de la presencia del águila sin siquiera hacer algo. Él ave, extrañada por aquel comportamiento, chilló de angustia al ver a la mariposa alejarse, rápidamente quiso alcanzarla, pero cuando estuvo cerca de ella, el instinto del águila afloro y un desagradable chillido salió de ésta, aterrando a la mariposa, quien al ver la amenaza del pico, salió volando de ahí, con temor, duda y sin la intención de volverse a acercar. Cuando el ave se dio cuenta de ese error, quiso enmendarlo, volando cerca de la mariposa, pero ésta, en señal de rechazo, marcaba trayectos complicados para un pájaro de semejante tamaño, voló entre flores, entre líneas de rocas, entre cerradas copas de árboles, todo con tal de perder al águila, quien sólo quería pedir una disculpa por lo que había hecho. Pobre plumífero, él quería alguien y ese alguien se alejaba, lo evitaba y con miedo, por fin, ambos se perdieron de vista. Si la mariposa quiso alguna vez al águila, eso no se sabe, pero de que el ave sí quiso y no sólo eso, sino que amó a tan fabuloso y colorido ser, eso es cierto. A lo mejor en algún momento, aquella pobre ave sería aceptada y la mariposa regresaría para volver a volar con aquella calma, con esa paz y con esa libertad en la que dos seres diferentes pudieron alcanzar a la Luna y a las estrellas mismas.
Ahora, el águila ha esperado por un largo tiempo a esa mariposa sin siquiera saber por qué se fue… ¿por qué después de que se acercó y se pudieron permitir un breve y sereno momento de estar los dos frente a frente y a su vez, no se conocieron mejor, sobrepasando los límites de sus miedos, sus apariencias y su naturaleza propia? Si el alejamiento se debió al chillido que le dio, en verdad el águila lo sentía, él no hubiera sido capaz de hacerle daño a su hermosa y delicada compañera. Ahora el ave vive triste, desconsolada, sin poder buscar remedio a su pena, que tan amarga y tan dura es, más cuando al volar, en vez paz y libertad, ahora siente una terrible pesadez en sus alas, al mismo tiempo que el viento se torna en filosas cuchillas que desgarran su pecho, y el Cielo es un burlón juez que ahí sigue, viéndolo sufrir. No la volverá a ver, aquella hermosa mariposa se fue sin siquiera decirle por qué de su miedo y ahora, lo que el águila quisiera es un remedio a su dolor y si ese remedio es la muerte misma, qué mejor para no pensar más en aquel ser tan hermoso que por un momento se acercó a él, batiendo esa delicada y bella amalgama de colores morados y azules.
F. J. E. González